en Opinión

Yo no tengo pueblo, pero #31MsíVOY

No tengo pueblo, o mejor dicho, nunca lo he disfrutado.

Mi madre es de Aranda de Duero y mi padre de un pequeño pueblo de Soria, Almazul, del cual el INE dice que tiene 70 personas censadas en el año 2018, lo que realmente corresponderá a unas 15 viviendo en invierno.

Mi pueblo, a menos de 2 horas de viaje en coche de donde he crecido, lo visité cuando era pequeño, pero de lo cual no conservo ningún recuerdo hasta que tenía 13 años, que fui para las hogueras de San Juan y al que no volví hasta 16 años después, casi con 30. Dos visitas en toda la vida que recuerdo.

Mi caso es un poco excepcional en la zona de donde soy, ya que la mayor parte de mis amigos de toda la vida han disfrutado los veranos en sus pueblos, con sus abuelos, con la libertad que había, con aquellos amigos que se iban durante el año a sus embudos diarios (ya sea Madrid, Burgos, Bilbao, Barcelona…) mientras yo me tenía que quedar en la ciudad (o Villa, como mejor se llama a Aranda de Duero).

Sin embargo, todos los fines de semana me iba con mis padres, y algún amigo, a los pueblos de la zona. A disfrutar la naturaleza, a pasear y ver ríos, ver animales, a jugar al fútbol en campos de hierba (o de tierra) y pasar el rato en frontones, y eso que no tenía raqueta. No tenía pueblo, pero conocía perfectamente cómo llegar a todos los de la Ribera del Duero por carretera, de ahí el apodo que mi tía me puso: el MOPU*.

Pero casi nada de eso queda. Decenas, cientos de pueblos en la España Vaciada están en un punto casi sin retorno hacia la muerte y, a pesar de no tener pueblo, me afecta. Te afecta. Nos afecta. Es un problema de todos.

Decir que la despoblación (la completa muerte y abandono de los pueblos, la llamada demotanasia) es algo que, inevitablemente, va a suceder y que no hay futuro es una falacia. Porque es evitable, porque ha sido evitable, porque ha sucedido debido a las terribles inacciones (y probablemente en muchos casos, prevaricaciones) de cientos de políticos a lo largo y ancho de toda España, con especial atención a la Serranía Celtibérica y las zonas limítrofes de Zamora con Portugal.

Una inacción que nos ha llevado a la situación actual: pueblos que en apenas 50 o 60 años han perdido tres cuartas partes de su población y han aumentado su edad media a más allá de la jubilación. Sin futuro no hay niños. Sin niños no hay futuro. Ni pueblos.

En 2018, según el INE, había 70 censados. 30 menos que 10 años antes.

Pero cientos, miles de personas que quieren futuro en las zonas donde crecieron, no se van a callar, no les van a callar.

Y es que una España vaciada nos afecta a todos, aunque suene tremendista o grandilocuente, porque sus consecuencias sobrepasan a estas zonas escasamente pobladas.

Una España vaciada quiere decir que las grandes ciudades crecerán más, con todos sus problemas: pisos y alquileres por las nubes. Contaminación sin freno. Horas semanales en atascos para llegar a oficinas. Vecinos y comunidades impersonales donde nadie se saluda. Pérdida de comercios locales en favor de grandes superficies…

Una España vaciada quiere decir que no habrá nadie para cuidar del territorio, de los bosques, de la naturaleza. Nadie aprovechará los recursos naturales de forma sostenible ni podrá limpiar los bosques antes de que se produzcan incendios cada vez más grandes y más difíciles de apagar.

Una España vaciada quiere decir que muchos de los alimentos que comemos hoy en día van a desaparecer por falta de gente que quiera sembrar, cultivar y recoger las plantaciones. Nos echaremos las manos a la cabeza cuando veamos que nuestras patatas vengan de Francia o Marruecos y no de Castilla, los melocotones no estén ya en Calanda y nuestra famosa dieta mediterránea esté compuesta por alimentos producidos cada vez más lejos y caros por el transporte.

Una España vaciada permitirá que todo el patrimonio cultural que hay en estas zonas se vayan perdiendo. No sólo tradiciones, si no también toda la belleza de los pueblos, muchos de ellos con un patrimonio inconmensurable.

Por esto, y porque quiero un futuro próspero para todos con los mismos derechos, sin importar en qué parte de España estén, el #31MSíVoy.

* El MOPU, el Ministerio de Obras PÚblicas, porque era el encargado de las carreteras, y el que editaba los mapas que llevábamos en los coches.

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